Hace más de un siglo Paul Broca presentó el caso de un paciente que había perdido el lenguaje expresivo a consecuencia de una lesión frontal izquierda y de ese modo destacó la importancia del hemisferio izquierdo (HI) en la comunicación verbal. Esa presentación inició en la historia de la neuropsicología el período del localizacionismo, que alcanzó su auge entre 1920 y 1930, con la acumulación de observaciones anatomo-clínicas y el progreso en el conocimiento de la estructura de la corteza cerebral. También inició el estudio de la dominancia o especialización hemisférica, que llevó a hablar de un hemisferio mayor o dominante, el HI, y un hemisferio menor, subordinado, de menor importancia, el hemisferio derecho (HD). Sin embargo ya en esa época un contemporáneo de Broca, el neurólogo inglés Hughlings Jackson fue capaz de plantear, en base a su experiencia clínica, que el HD también intervenía en el lenguaje, en sus aspectos emocionales o automáticos. En las últimas décadas el localizacionismo extremo se ha batido en retirada por dos razones principales: en primer lugar, se ha demostrado que en la mayor parte de las funciones cerebrales superiores (FCS), tales como el lenguaje, la memoria, la atención, la percepción visual, etc., participan múltiples áreas de ambos hemisferios y también las estructuras subcorticales, formando un sistema funcional.